Su nombre sonaba retumbante por los
pasillos de aquel teatro medio derruído que ella había conseguido
llenar de gente al fin. Sólo por una noche. Sólo en su primera
actuación. Nadie nunca le había oído cantar antes. ¿Sería voz
dulce y melodiosa? ¿Sería voz ronca al buen estilo “Tyler”?
¿Sería más bien algo a lo “Russian Red” raro y de incógnito,
como ella misma? ¿O sería un gran fraude a la vista de esos
tímpanos expectantes de sensaciones?
Nunca nada había sido sabido. Apenas
nadie nunca le había oído antes. Su voz, en la vida había salido
de sus cuerdas vocales delante de más de cinco personas, pero a
través de sus palabras, sus letras, y sus acordes, todo por
separado, consiguió llenar aquel lugar, en el que un día, tiempo
atrás, su mayor admiración había salido a la luz.
Temblores. Dientes cascarilleantes.
Dedos crujientes. Maquillaje sobre su piel y lágrimas en sus ojos.
Antes de salir a escena, vio pasar su vida entera.
Tan sólo un par de guitarras y una
batería desbaratada estaban sobre el escenario. A telón cerrado.
Sin que nada pudiera ser visto. Sólo escuchado.
“Dos minutos. Dos más.” Suplicaba
al encargado de levantar el telón.
Subió las escaleras temblando. No se
tenía en pie de la emoción. Agarró su guitarra, aclaró su voz. El
cuero de la batería tensado. Las cuerdas preparadas al más puro
estilo que de la vida había aprendido. Un par de gorgoritos y todo
estaba listo.
Resuenan golpes de baqueta, y todo el
público cada vez la siente más cerca.
Un. Dos. Un, dos, tres, y...
Su voz sale. A chorro entre las fibras
del micrófono. Y todos esperan, expectando.
Pasa una estrofa, llega la segunda. Y
las gradas al completo se levantan en el momento oportuno para que la
batería retumbe, y las cuerdas de la guitarra, a punto de explotar,
la llevan a volar. Y da la orden.
“¡TELÓN ARRIBA! -Grita- ¡ÉSTA ES
MI VIDA!
¡QUE COMIENCE EL ESPECTÁCULO!
¡NO ESTAMOS HECHOS PARA ESTAR
CALLADOS!”
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