Errores los cometemos todos. Unos más.
Otros menos. Unos más graves y otros más pequeños.
Lo importante, al fin y al cabo, es
saber como pedir perdón. Como sentir ese arrepentimiento que en un
primer momento te quema, tras darte cuenta de lo que has hecho.
Saber como arrepentirte y sacar ese
sentimiento de culpa a través de dos simples palabras. “Lo siento”
Tan difícil resulta a veces, tan tarde
nos damos cuenta otras... Pero, si no cuesta recuperar algo, ¿acaso
merece la pena? A ella le está costando la vida...
Ella siempre fue difícil, siempre le
gustaron los retos, desafíos y demás cosas de esa calaña.
Quizás algunas personas sean demasiado
orgullosas como para arrastrarse pidiendo perdón detrás de su
objetivo. Siempre pensó que en estas cuestiones, ni el orgullo vale,
ni dar pena ayuda. Toca tragarse cada gota de orgullo que puedas
tener, y a por ello.
Al menos una oportunidad, nunca pidió
nada más. Sólo una cabeza que pudiera entender su dolor, su agonía
y su temor.
Hemos de intentarlo y no darnos por
vencidos, no tan fácilmente. Pues si no se lucha, no se gana. Y no
creo que nadie, ni siquiera ella, quiera perder algo tan valioso como
ésto. Ni siquiera, la más pequeña batalla.
La vida nos quiere ver perder, pero
¿Sabéis qué? NI DE COÑA.
Urbe. Fría y caliente a la vez, mecida
por esos grises que la gobiernan día a día, hora tras hora. Allá
dónde hay muy pocas personas, pero demasiada gente. Manipuladora e
hiriente sólo como ella sabe ser. Tristes almas en pena caminando
cada día por esas calles asfaltadas de dolor, rabia y temor.
Organizados sin orden de paso por ese camino empedrado llamado vida.
Todos viven y nadie sueña. Y entre medias, uno por millón, alguien
da color.
Aire. Necesitado por los pulmones que
al crear vacío del que llena la vida de esos desvalidos cuerpos
manejados cuales marionetas por el destino, les da vida, olor, amor.
Es un sendero. Si, aquel que crees no
subir, y poco a poco vas creciendo. Primero andas, con energía.
Luego descargas todo en una ráfaga de incesante pedaleo por lograr
llegar hasta esa pequeña cumbre. Subes, pedaleas, no avanzas. Te
estancas. Te aterras.
Mirada al frente, sólida e
incandescente. No permites parpadear, pues todo lo que viene es
nuevo, está por llegar, viene porque se va a quedar. Saltas y
esquivas los gijarros. Te llenas de vida, por si acaso.
Sin quererlo te das cuenta en un
segundo de que ya no es todo como antes. Es más, nada se le asemeja.
Las palabras se entrecruzan en tu mente, colocándose al lado unas de
otras, al principio sin sentido. Las relees, te das cuenta de lo que
dices, y todo cobra sentido. Te das cuenta de que al fin eres la de
antes. La misma vida, los mismos gestos, la misma sonrisa al sol. Al
sol que quema esas nubes al atardecer de este Octubre. Hiriente.
Esas nubes que se plasman sobre el
cielo cual acuarela al lienzo, que van dibujando tu sendero. Poco a
poco, cero a cero. Tonos rosas, naranjas, esa contaminación que las
pinta como bandas. Y que así, sin más, desgarra otra fría tarde de
otoño pasada entre escombros.
Y así es como nos ataca cada año el
Otoño. Como una espina de aquel cardo entre un millón de rosas, de
ese ramo modelado por las más bellas manos que no saben cuidar lo
que tocan.
Porque sí, los mejores atardeceres no
sólo se ven contigo.
Aquí llegan. Todas esas tardes que, un
año más, van a hacer que su frío calenturiento ataque tus huesos
como si de una banda de Heavy Metal tocando su tema más estrepitoso
se tratara. Así llegan, sin avisar, como todo en esta vida. Ni avisa
cuando viene, ni avisa cuando va. Sin embargo, hay demasiadas cosas
que permanecen.
Él. Sentado en su escritorio
intentando concentrarse en los dos últimos versos de su nuevo
single. Decenas de folios de papel desparramados por el suelo hechos
una especie rara de bolas malformadas que incansablemente le van
invadiendo. Tintas gastadas, bolígrafos vacíos... Dos palabras,
sólo le faltan dos palabras que rimen y ya lo tiene hecho. Dos
palabras... y sabe dónde encontrarlas. Un beso, eso necesita. Y sin
pensarlo dos veces, agarra su bufanda, su abrigo y esos guantes sin
dedos que ella le regaló.
Ella. Sentada en su cama, intentando
encontrar dos acordes más, nuevos, diferentes, que remarquen lo
especial de sus canciones. Sólo la alumbra una tenue bombilla a
medio fundir y sus ojos ya están cansados. Prueba uno por aquí, uno
por allá... Timbre. No se levanta, ya abrirán. De repente, un
“Toc-toc” en su puerta. Aparece, se sienta junto a ella y la
mira. Ella no levanta la cabeza. No mueve los ojos de las cuerdas de
esa vieja Fender desgastada de tanto roce. Y no lo hace porque sabe
que no puede mirar esos ojos sin sonreír, esos labios sin besarlos,
no puede tocar esa piel sin perderse en ella... No puede resistirse a
lo irresistible de ese espécimen extraño de hombre.
“Como un idiota, como la primera vez
que la ví. Eres imbécil tío. Bésala de una puta vez. Es lo que
has venido a hacer, ¿no? Llevas meses sin verla y ahora la tienes
delante de ti, a menos de medio metro. Te ha costado la vida volverla
a llamar, te presentas de repente en su habitación ¿Y vuelves a
perder la jodida oportunidad de recuperarla? Eh tú, ¡¡DESPIERTA!!.
No va a seguir toda la vida ahí. Va a irse, algún día. Y tú serás
el imbécil de siempre, pero con una oportunidad menos. Mírala, está
preciosa. Y sus manos no se mueven. Está paralizada, no te mira. Es
por tu presencia en ese cuarto a media luz.”
“¿Qué haces? Muévete idiota. No sé
a que ha venido... pero y ¿qué más me da? Está aquí, y eso es lo
importante. Quizás se haya dado cuenta de su error al dejarme ir. O
quizás haya venido para despedirse, para siempre. No llores, tonta,
y levanta la mirada. Mira, esos ojos que tantas veces te miraron y te
hicieron suya. Mira su boca, esos labios que cada vez que te besaban
te llevaban al cielo o dios sabe dónde. Toca su piel, sus manos, ¿no
ves que te están esperando? Está temblando. Nunca había temblado
conmigo. Ésto es nuevo. Y no sé si es malo o bueno. […] Venga,
eso es. Así. Poco a poco mueve ese cuello hacia arriba. Mira. Te
está mirando. Y parece que lleva un rato así. Quizás desde que ha
entrado.”
Sesenta centímetros. Exactamente
sesenta centímetros les separan. Ahora cincuenta y nueve...
Él aparta su guitarra como si de una
muñeca de delicada porcelana se tratara. Ella se deja atacar. No
sabe qué responder, cómo actuar.
Cincuenta centímetros. Y bajando. Y
ambos corazones laten con aún más fuerza de la que puedan soportar.
Una mano sobre la otra. Primer escalofrío. Todo va cobrando sentido.
Cuarenta y sus ojos comienzan a llorar.
Treinta y sus labios a palpitar. Veinte y se detienen. Diez y poco a
poco desean morderse. Nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres,
dos, dos, dos, dos....
“¿A por que venía? Ah sí, a acabar
mi canción. Y ¿qué hago? Llevarme un corazón.”
Uno. Y por fin estallan en su vicio.
Y así,dos idiotas, en ese cuarto, al
trasluz de esa noche impecablemente heladora de Noviembre, sin rencores, sin remordimientos, permanecen
hasta el amanecer.
Su nombre sonaba retumbante por los
pasillos de aquel teatro medio derruído que ella había conseguido
llenar de gente al fin. Sólo por una noche. Sólo en su primera
actuación. Nadie nunca le había oído cantar antes. ¿Sería voz
dulce y melodiosa? ¿Sería voz ronca al buen estilo “Tyler”?
¿Sería más bien algo a lo “Russian Red” raro y de incógnito,
como ella misma? ¿O sería un gran fraude a la vista de esos
tímpanos expectantes de sensaciones?
Nunca nada había sido sabido. Apenas
nadie nunca le había oído antes. Su voz, en la vida había salido
de sus cuerdas vocales delante de más de cinco personas, pero a
través de sus palabras, sus letras, y sus acordes, todo por
separado, consiguió llenar aquel lugar, en el que un día, tiempo
atrás, su mayor admiración había salido a la luz.
Temblores. Dientes cascarilleantes.
Dedos crujientes. Maquillaje sobre su piel y lágrimas en sus ojos.
Antes de salir a escena, vio pasar su vida entera.
Tan sólo un par de guitarras y una
batería desbaratada estaban sobre el escenario. A telón cerrado.
Sin que nada pudiera ser visto. Sólo escuchado.
“Dos minutos. Dos más.” Suplicaba
al encargado de levantar el telón.
Subió las escaleras temblando. No se
tenía en pie de la emoción. Agarró su guitarra, aclaró su voz. El
cuero de la batería tensado. Las cuerdas preparadas al más puro
estilo que de la vida había aprendido. Un par de gorgoritos y todo
estaba listo.
Resuenan golpes de baqueta, y todo el
público cada vez la siente más cerca.
Un. Dos. Un, dos, tres, y...
Su voz sale. A chorro entre las fibras
del micrófono. Y todos esperan, expectando.
Pasa una estrofa, llega la segunda. Y
las gradas al completo se levantan en el momento oportuno para que la
batería retumbe, y las cuerdas de la guitarra, a punto de explotar,
la llevan a volar. Y da la orden.
Pensaba
que volviendo al pueblo se me pasaría esa nostalgia que tanto me
llena en la ciudad, gris, oscura, fea para mí. Y que el aire limpio
limpiaría también mi mente. Esa capacidad de abstraerme
completamente a mi mundo subiendo a aquella colina mientras observo
como el sol, juguetón entre las nubes, se va escondiendo, remolón,
sin querer dar paso a la luna que baña mis noches. Aquella que me
hace llorar mientras sonrío. Aquella que las noches en vela, tira
piedras a mi ventana llamándome a volar
Pero
no. Ahora llego, sé que estoy más cerca de él, y le echo aún más
de menos. Aún más de lo que le echo en esa habitación cochambrosa
que llamo mi casa de la urbe (terrorífica). Que se siente sola sin
él, aunque no le conozca. Que le echa de menos, como yo. Y que se da
cuenta ahora. Bueno, o que aun no se ha dado cuenta. O no se dará
cuenta nunca. Como tú. ¿En serio?
He
pasado un tiempo volada. Sin pensar. En mi nube de algodón allá en
lo alto. Pero, ¿sabéis qué? Desde allí le veía. Y no era nadie.
Nadie relevante. Nadie importante. Yo para él, o él para mí. Ya no
lo sé. ¿Qué ha pasado para que haya cambiado al segundo, tercer, o
cuarto plano? Mi vida. Eso ha cambiado. Pero yo, sigo siendo la misma
idiota que te intentaba llevar al infinito.
Es
volver, avanzar kilómetros hacia atrás. Sustituir lágrimas por
acordes que vas cantando en el coche, de vuelta a tu hogar. Y ver
pasar cada kilómetro, cada vuelta de rueda, cada solitario poste de
teléfono, sintiendo a la vez que poco a poco, estás más lejos. ¿Es
posible eso? Estar cada vez más lejos, estando tan cerca.
No
te espero, ¿o sí? No te siento, ¿o sí? No te quiero.... ¿Quizás?
Te necesito.... puede. Te echo de menos, a veces... siempre, nunca, y
todo el rato. Quiero verte.... ¿Quieres verme? Tenerte cerca,
olerte. Simplemente, oírte decir todo lo que tenga que oír. Pero de
una vez por todas.
Echarte
de menos ya va saliendo de mi “rutina” particular. Pero de
repente, un día, para romper la monotonía, llega todo de golpe, y
se pasa mal. Creéme, como un pollito en una carnicería. Así.
¿Ya
he dejado de ser todas esas cosas que me decías? O, ¿es que resulta
que todo eran mentiras? Nah, no creo que llegases a ser tan rastrero
como para inventar ciertas cosas... quizás bonitas.
Ya
nada es como antes... y ciertamente, esperanza ya me queda poca. Ya,
una vez perdido todo, ¿Qué más da vivir? Si algún día se me
cruza un cable, tiraré todo por la borda e iré a buscarte, como
nunca lo he hecho antes. Y aviso que no podrás escapar.
Te
dije que no me conocías. Y no me has dejado ser la que te dije que
iba a ser. ¿Por qué? ¿Por qué no la última oportunidad antes de
abandonar la partida? Aquí está: Cobardía.
Pero
ya no te pido nada. Ya no tengo nada más que alegar, creo. A no ser
que no entiendas lo que aquí, decirte quiero. (Que me da que nunca
querrás hacerlo, pero bueno) .
Te
estoy diciendo que en tus manos está el perdonar, el olvidar, el
empezar de nuevo, pero nunca de cero. Todo lo que hemos vivido, nos
va a estar persiguiendo toda la vida ¿Sabes? Es un capítulo
inacabado, que ni pasar página, hacia adelante o atrás, va a
cerrar. Ni en la tuya, ni en la mía. Te estoy pidiendo que me
busques y me expliques el porqué de tus no matices. Adelante, te
espero.
Como
siempre, la bala perdida de siempre.
"Ésta herida en mi alma no llegó a cicatrizar, y estará desesperada hasta que te vea llegar"
Somos lo que el mundo nos deja ser. Soy lo que mi rebelión contra el mundo me hace ser. Soy una sonrisa pegada a una cara. Un sueño inés-perado que me hizo creer en mí. Soy una melodía que suena infinitas veces durante el día. Soy la armonía más desorganizada que pudieses encontrar y la chica cuyos sueños son imposibles, pero sigue soñando pese a todo. Un espíritu luchador que NUNCA, ¿me has oído? NUNCA, se cansa.