Ahí están los dos. Tirados en el
suelo de una habitación. Un colchón, una manta, miles de discos
apilados en el rincón y un tablero de juego.
El tocadiscos suena y poco a poco el
vinilo se va desgastando. La aguja marca el ritmo de las palabras que
se niegan a salir de sus bocas. Se quedan reprimidas hasta que llegue
el turno de los besos, cálidos, acaramelados, de labios fundidos
entre tanto reproche.
Que la canciones del corazón, son aquellas que un día me robó. |
La vida, va pasando, casilla por
casilla. El tiempo, va quemando, tirada por tirada.
Dos jugadores. Son siempre dos los que
arriesgan todo por nada en estos juegos. Son siempre dos los que
establecen las reglas. O bien por turnos o bien por azar. A base de
miradas es como se avanza, y a base de sonrisas se gana. Los besos
son simples dados a tirar que marcarán qué camino tomar y las
caricias simplemente marcan las casillas para ir avanzando.
Para los escalofríos que posiblemente
te arranquen la piel, se pueden establecer normas de comportamiento.
Siempre controlándose, sin lanzarse al vacío con tanto que perder.
Para activar los sentidos a la hora de
querer, mejor estar alerta y cazar a la presa en el momento oportuno.
Para quitar las ganas de morir por
quien no lo merece, mejor no tirar el dado.
Para, simplemente, sentir; arriesgar
todo al primer tiro, vencer el miedo, y lanzarse a recorrer el
tablero.
Y mirar al oponente. Ese contrincante
que tanto miedo da pero que tan niño es por dentro. Que solo tú
consigues ver en su mirada lo que el resto de pasadas intervenciones
en su vida dejó, las piezas de ese puzzle que está por formar de
nuevo. Esa cascada que tantas veces desearás descender sin ataduras.
Sin cuerdas que te aten y te aseguren que sobrevivirás. Y al caer,
sumergirte en el más profundo de los lagos, nadar en su interior y
ver lo que nadie pudo ver.
Así comienza el juego. Éste que es la mayor trampa jamás inventada. Éste que hace que sin quererlo,
vuelen nuestras almas. Siempre, eso sí, hacia el ocaso y el cambio.
Las dos caras se miran perplejas y unos
nudillos desnudos están dispuestos a lanzar los dados. Él clava su
mirada en los labios de ella, deseando que se junten al final de la
partida. Ella, mientras, marca reglas absurdas de imposibilidad de
fundirse con él.
Se miran. Se clavan puñales, y la
partida comienza... cuando nadie sabe lo que habrá como recompensa.