Todo lo que te hace vibrar es un simple ritmo, cuando lo adornas por encima con unos acordes al azar.
Un punteo quizás, en esta introducción al martes, que te mata hasta el lunes.
Algún rasgueo a modo de estrofa en cada crisis de vértigo, antes de lanzarte al vacío para dar comienzo a un nuevo ciclo de este círculo vicioso.
Y de repente un estribillo sin letra que hace estallar el mar de tus ojos.
Otra estrofa, y volvemos a lo mismo. Pero quieres parar. La vida te parte... y te quieres agarrar.
Cada nota suena más alto, y vas llegando al éxtasis. Te das un vis a vis con tu alma y sufren tus dedos, que se comienzan a desgarrar.
No pretendes empezar a soñar, solo quieres disfrutar uno por uno todos los ataques de rabia convertidos en este clímax musical.
Pero de repente, piensas. Y todo es suave, lento, quizás romántico... pero no lo quieres. Odias al amor, y enlenteces el ritmo.
Y ahí entonces, el final llega al romper las cuerdas.
Entonces viene el silencio... y se lo lleva todo.