Te va a seguir gustando, y lo sabes.
Te va a seguir provocando esa sensación de vuelo sin
levantar los pies del suelo.
Va a hacerte reír como una loca con cualquiera de sus
gilipolleces y vas a seguir cayendo por el precipicio cada vez que le veas.
Cada mirada va a ser como la primera, hasta dentro y más
allá. Pero sin esa inocencia.
Cada beso va a provocar esa espiral en tu estómago que te
haga perder las riendas de tu vida mientras vuestros labios se estén fundiendo.
Cada vez que te toque, tu piel va a entrar en ebullición y
la recorrerán aquellos escalofríos de quinceañera con el primer amor.
Cada vez que os veáis te van a temblar las piernas y vas a
sentir que no hay mundo más allá de él.
Cada vez que su cara invada tu mente vas a querer salir
corriendo a dónde esté. No importa si en tren, barco, avión o bicicleta.
Cada vez que le veas con otra vas a querer morirte de celos.
Ira. Rabia. Furia. Destrucción y relax.
Lo peor de todo esto es que nunca va a acabar.
Y lo que es aún peor es que lo sabes.
(Obrigada, L)
(Obrigada, L)
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