Siempre, cada vez que le veía... cada
vez que soñaba con comprenderle... Siempre le pasaba la misma imagen
por la mente: Aquél primer intento de conocerle, de intentar
entender su vida, su pasión, su forma de hacer las cosas y de
llevarle la contraria a ella.
Cada vez que se oponía a lo que ella
pensaba que debía hacer, aquello era un pulso inacabable, un
remolino sin fin de tremendas discusiones, aquel pulso del deber
contra el querer.
Poco a poco se fue asegurando una
tranquilidad más apacible que la que cualquier droga pudiera
proporcionarle, estando tranquila con Él dentro de su vida, y
hablando desde el corazón que tanto y tanto le suplicaba. Poco a
poco, supo que le conocía más que cualquier otra persona que jamás
hubiera tenido la oportunidad de coincidir con Él en su vida.
Incluso, llegó un momento culmen en
que pensó que en realidad le conocía, y sería feliz con Él así,
por siempre jamás, pasando sus días juntos sin cambiar un milímetro
su rutina.
Rutina, la palabra que
les mató.
Él fue abandonando esa
manía de pensar sólo en sí mismo, y fue ella quién se la
arrebató. Hasta el día final. El día en que acabase esa paz
intensa y afrodisíaca en que ella se hallaba sumida junto a Él. El
peor día que por el momento ella había vivido.
Pensaba que le conocía...
pero no era así. Descubrió que sólo él se conoce, sólo él sabe
como solucionar sus problemas, sólo él sabe como sanar sus heridas
del amor. Sólo él sabe como volver a sentir.
Y ella... continúa
esperando esa cura, porque Él, está y seguirá dentro de ella, por
siempre jamás.
De corazón, a Mi Corazón.
- Inés -
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